Pueblos Indígenas

Los Pueblos Indígenas en Ecuador en Ecuador

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Los Pueblos Indígenas Originarios de la Amazonía

Los pueblos indígenas de la Región Amazónica Ecuatoriana (RAE) comparten, en términos generales, una cosmovisión algo similar, producto de una historia regional de contactos e intercambios de diversa intensidad, de su estrecha relación con su entorno natural -en el que predomina el bosque húmedo tropical- y, en una época más reciente, de la interacción, aunque en desventaja, tanto con la sociedad nacional como con el Estado ecuatoriano. Las costumbres, tradiciones, lengua y territorio propios son los principales aspectos que definen a estos grupos étnicos en su identidad y los diferencian de otros.

El más reciente repoblamiento migratorio de la RAE, iniciado a mediados del siglo XX con sucesivas oleadas de colonos y modernización, provocó el replegamiento geográfico y cultural de casi todos los grupos étnicos de la zona. Este fenómeno, que no ha sido el primero en los últimos quinientos años, contradice la falsa idea de que la Amazonía es una región poco poblada; por el contrario, una de sus mayores riquezas es la humana, con su diversidad cultural.

Los quichuas de la Amazonía

El pueblo quichua de la Amazonía se nombra a sí mismo como runa, palabra quichua que significa «ser humano» o «persona». De origen diverso, este pueblo conforma, al igual que el quichua de la Sierra, una unidad lingüística mayoritaria en la RAE, con al menos dos grupos claramente diferenciados: los canelos-quichua y los quijos-quichua. Los primeros están internados en el bosque amazónico -en la parte central del país-, mientras los segundos se hallan ubicados más hacia el norte y en las estribaciones de la cordillera; ambos se distribuyen entre las actuales provincias de Sucumbíos, Napo, Orellana y Pastaza.

Los canelos-quichua se ubican en la zona colindante al Puyo, en el área comprendida entre los ríos Bobonaza y Curaray, hasta llegar al Perú. Los quijos-quichua se localizan en la ceja de selva oriental y cubren los valles de Quijos y Archidona, viven en las inmediaciones de la ciudad de Tena, en las riberas de los afluentes del alto río Napo; desde estas comarcas de sus ancestros, se han desplazado hacia el este y el sur, mezclándose con los canelos-quichua en el área de Chapana y Villano. En el extremo norte del país, sobre todo en las zonas próximas a los ríos Putumayo y San Miguel, así como en la cuenca del río Aguarico, también es posible encontrar algunos núcleos dispersos de familias quichuas migrantes.

Este pueblo lo integran entre 25.000 y 35.000 personas que comparten características culturales similares. Una gran parte de ellas viven en los límites de la frontera de colonización, por lo que reciben presiones sobre sus territorios, sus recursos y también sobre sus costumbres; a pesar de ello, el pueblo quichua ha logrado mantenerse como unidad cultural en continua expansión.

La estructura básica de organización socioeconómica es la comunidad, conformada por un grupo de parientes que viven en un espacio determinado y que tienen como referencia nucleadora a un taita -un padre, generalmente un abuelo con mucha experiencia y conocimiento-; en muchos casos, ese taita es un yachac: médico tradicional y sabio, que combina sus habilidades de curador con sus orientaciones espirituales para el grupo. Las comunidades varían en su tamaño; las hay de veinte familias y otras que rebasan las doscientas.

En la cosmovisión del runa (canelos-quichua y quijos-quichua) está muy presente la dicotomía entre el sacha runa («persona de la selva») y el jahua llacta o mestizo (término quichua usado para referirse a los colonos y que significa «hombres de los Andes»). El sacha runa basa su organización social en la alianza matrimonial tradicional que afianza el patrimonio material y legitima la descendencia. La mujer administra el espacio de la chagra o chacra para el cultivo hortícola, y realiza todas las actividades rituales y de producción en este espacio doméstico; una de sus principales actividades en la chagra es cultivar lumu o yuca, el alimento básico y en torno al cual se organiza la dieta y la cocina local; también se encarga de elaborar asua o chicha de yuca, de muy bajo contenido alcohólico. La yuca masticada es almacenada dentro de una vasija de barro para que fermente y es servida en las mucahuas, recipientes finamente decorados. Éstos y otros secretos culinarios se pasan de madre a hija y de madre a nuera.

La alfarería utilitaria de uso diario, tradicionalmente elaborada por las mujeres, ha sido reemplazada por objetos de plástico y de metal; sin embargo, la alfarería de uso ritual se continúa fabricando para las fiestas, momentos en los que se refuerzan los lazos familiares y comunitarios.

La vivienda de los quichuas de la Amazonía ha sufrido una importante transformación; la casa tradicional ha dado paso a las estructuras modernas de bloque y zinc. Las formas de poblamiento ancestral, caracterizadas por los establecimientos en las riberas de los ríos, fueron sustituidas por asentamientos en torno a nuevos espacios de uso público: la escuela, la cancha, la pista y el centro de salud.

El pueblo quichua de la Amazonía, cuyas actividades tradicionales y costumbres están cambiando aceleradamente, caza y pesca cada vez menos y se dedica en mayor grado al trabajo asalariado en las empresas petroleras y en las plantaciones próximas a sus poblados, aunque todavía mantiene sus vínculos con la naturaleza y su universo cultural a través de una relación no muy constante con la selva. En ella renueva la relación con los espíritus y almas que guían su vida. Para relacionarse con el mundo de los espíritus de la selva se usa el huantuc, un poderoso alucinógeno (especie del género datura) que transporta al individuo hacia el mundo espiritual que le transmite visiones con mensajes sobre su vida, la de su familia y la de su pueblo.

Los shuar

Este pueblo forma parte del grupo lingüístico jíbaro, que está compuesto, además, por los pueblos aguaruna, mainas (o shiwiar) y huambisa, ubicados al sur de la actual frontera del Ecuador con el Perú, y el pueblo achuar (también achuara o achual), situado en la Amazonía ecuatoriana y peruana. Su lengua es el shuar-chicham.
Los integrantes de este pueblo se autodenominan Untsuri Shuar, cuyo significado es «gente numerosa». Sin embargo, los achuar los nombran como Munturi Shuar, en relación con el espacio geográfico y ecológico que han ocupado por siglos -las colinas y las florestas al pie de los Andes-, ya que el término significa «gente de las colinas». Actualmente el territorio que ocupan se caracteriza por la presencia de cordilleras secundarias, como la del Cutucú.

Este grupo étnico se ha reducido considerablemente a lo largo del siglo XX, debido al contacto directo y constante con la sociedad nacional. En el Ecuador, el pueblo shuar está constituido por alrededor de 70.000 personas, que viven en las provincias de Morona Santiago, Zamora Chinchipe y en el extremo sudoriental de la provincia de Pastaza. Sus vecinos del norte son los canelos-quichua, denominados Alama por los shuar.

El modelo tradicional de subsistencia combinaba eficientemente la horticultura itinerante con la caza, la pesca y la recolección. Este sistema productivo permitía una dieta balanceada con un bajo impacto ecológico de su entorno. Actualmente, el pueblo shuar suma a esta forma productiva tradicional la explotación de recursos para el mercado, sobre todo la ganadería y la extracción de productos maderables y no maderables, pero en condiciones de comercialización adversas, ya que existen múltiples dificultades para efectuar el transporte de los productos a los lejanos mercados de la Sierra.

La ganadería fue introducida dentro de las actividades de supervivencia de este pueblo entre las décadas de 1960 y 1970, como parte de los proyectos de desarrollo auspiciados por instituciones del Estado con el objetivo de propiciar la modernización e integración de los shuar, temidos por su fama de «cazadores de cabezas». La introducción de esta práctica productiva implicó, por un lado, el desbroce de la selva para pasturas y cultivos intensivos, con la consiguiente erosión de los suelos y, por otro lado, una profundización de las diferencias sociales y económicas, en función de la menor o mayor asistencia técnica y financiera recibida por las diferentes comunidades y familias. En la actualidad, se prioriza la aplicación de un enfoque silvopastoril que pone énfasis en la recuperación del bosque y en una administración más adecuada de la ganadería.

Otra actividad de importancia de este grupo es el tejido, una tarea hasta hace poco tiempo exclusiva de los hombres. Los itipi, o faldas cortas de algodón para hombres, son tejidos en un telar pequeño con tiras traseras. Los tarachi, o vestidos de las mujeres, son fabricados a partir de dos itipi.

El corazón de la vida shuar es la vivienda, una estructura amplia de forma oval y de un solo piso, con un techo a dos aguas, construida con madera de palma y chonta. El techo de hojas tejidas de palmera kampának es sostenido por nueve postes interiores. Las paredes, sin ventanas, están hechas de tiras de chonta o de pambil clavadas en el suelo con una separación que permite la entrada de aire y luz. El espacio interior es un gran salón con piso de tierra y sin divisiones. Estas construcciones, pensadas siempre como provisorias, son ocupadas durante unos cinco o siete años, en promedio, y abandonadas cuando la familia muda a nuevos territorios favorables para la caza y el cultivo, o a la muerte del jefe de familia.

En la concepción tradicional, los shuar dividen la vivienda en dos partes: el espacio de la mujer, enkent, constituido por el fogón alrededor del cual pasan mucho tiempo los miembros de la familia, y donde los visitantes tienen un acceso restringido; el lado de los hombres, tankámash, que sirve como locutorio y dormitorio para los visitantes. Esta concepción de la distribución del espacio doméstico continúa teniendo vigencia incluso cuando las construcciones de las casas, en algunos centros poblados, ya no tienen casi ningún parecido con las antiguas.
La huerta que rodea la casa generalmente es única, y en ella se cultiva tubérculos: yuca, variedades de camote, papa china, maya -parecida a la zanahoria-, además de nuse o maní. De todos estos cultivos, la yuca es, sin lugar a dudas, la que permite una mayor producción. También se consume plátano y maíz.

Los animales importantes para la subsistencia incluyen diversas variedades de pájaros y monos, además de los sahínos y la guatusa, que son cazados con escopetas y cerbatanas, una especie de bodoquera de más de 1,50 metros de largo fabricada de madera de chonta, que sirve para lanzar flechas envenenadas con curare. Estas flechas son obtenidas casi exclusivamente a través del comercio con los achuar.

La ocupación tradicional del espacio selvático, caracterizado por conglomerados familiares dispersos, ha cambiado considerablemente hacia una forma de pequeños poblados, conocidos comúnmente como «centros», que son agrupaciones de entre treinta y cuarenta familias -excepcionalmente menos de veinticinco-, reunidos alrededor de espacios públicos de uso social, como la iglesia, la pista de aterrizaje, la escuela o el colegio. Estos asentamientos, en algunos casos forzados, sirvieron para consolidar estructuras familiares organizadas en torno a un jefe guerrero. Los «centros» shuar se caracterizan por la presencia de viviendas tradicionales, de menores dimensiones, y otras construidas a imagen y semejanza de las casas occidentales de las ciudades.

Un personaje central de la cultura shuar ha sido siempre el uwishin (shamán o brujo), cuyo enorme poder e influencia han sido arrollados por el impacto de sus rivales naturales: la religión cristiana y la idea del progreso tecnológico. El shuar concibe al uwishin de manera ambivalente: como una especie de sacerdote o mediador con el mundo sobrenatural y cercano a los orígenes de la cultura, por un lado, y como mediador o causante del daño o mal, por otro.

Los achuar

El pueblo achuar pertenece a la familia lingüística y cultural jíbara, con especificidades en cuanto al manejo de su hábitat y de sus relaciones con los otros grupos. El nombre de este pueblo tiene relación con la palmera que crece en forma abundante en los pantanos de su territorio, ya que achuar significa «la gente de la palmera aguaje o achuar». A comienzos de la década de 1980 se calculó que había unos 2.500 achuar en territorio ecuatoriano.

Los integrantes de este pueblo habitan la zona comprendida entre los ríos Pastaza y Morona. El territorio originario que cubrían en sus continuos desplazamientos corresponde a una amplia extensión que abarca parte del Ecuador y el Perú: una región entre los ríos Pastaza -en su curso inferior-, Huasaga y Tigre -en su confluencia con el Conambo. El territorio achuar tiene menor altitud que el shuar, ya que oscila entre los 400 y los 200 metros sobre el nivel del mar. Región caliente y poco lluviosa, está caracterizada por valles aluviales muy fértiles.
La organización social y económica de este grupo es parecida a la del pueblo shuar, pero con una mayor presencia de las actividades comerciales fluviales. Los ríos son los que imprimen una cualidad particular a esta cultura ribereña. El pueblo achuar se especializó en la producción de cerbatanas y curare, que tradicionalmente han sido intercambiados por productos con los pueblos shuar y puyo-quichua.

La vestimenta tradicional es similar a la de los shuar, conformada por un itipi amarrado a la cintura, tanto para los hombres como para las mujeres, que deja el pecho descubierto. Los hombres y las mujeres han usado tradicionalmente adornos en brazos, piernas y cuello, que son confeccionados con semillas de plantas y plumas de animales.

Durante cientos de años los achuar tuvieron contacto indirecto con la sociedad nacional a través del comercio intermediado por los shuar y, en forma directa, a partir de la década de 1970, cuando se introdujo la producción ganadera como política de Estado, con iguales impactos económicos, sociales, culturales y ecológicos, aunque en menores proporciones que en el pueblo shuar.

Hay muchas semejanzas entre los roles y las funciones que cumple un shamán achuar y los de un uwishin shuar, fundamentalmente en su calidad de líder espiritual y político.

Los huaorani

En la lengua de este pueblo, el huao-tiriro, huaorani significa «gente» o «persona». Sin embargo, el nombre comúnmente usado por la sociedad ecuatoriana para referirse a ellos ha sido el de auca, palabra de origen quichua con un fuerte significado peyorativo: «salvaje» o «no civilizado».

Las primeras informaciones históricas que se tienen de los huaorani son confusas, provienen de los siglos XVI y XVII, y los identifican y confunden como avishiras, aushiris, e incluso záparos, de ahí que los primeros datos fiables sean los que datan del siglo XIX. Los huaorani no quedaron ajenos a los efectos de la fiebre del caucho ocurrida durante ese siglo, lo que puede explicar, en parte, su tradicional rechazo y hostilidad hacia los extranjeros (cohuori) y su opinión de los foráneos como salvajes y caníbales.

Este pueblo está constituido, al menos, por cuatro grupos conocidos: guequetari, peyemoiri, baihuaorani y huespeiri. Existe además otro grupo, los tagairi, que aún mantiene su tradicional modo de vida y no ha sido realmente contactado. Aunque unidos por lazos de parentesco, tradicionalmente han practicado la guerra entre sí y con otros grupos no huaorani, como mecanismo de cohesionamiento interno y de alianza. Todos estos grupos mantienen una historia y una tradición oral mítica común que les identifica.

Los huaorani han sido desde siempre un pueblo interfluvial de cazadores recolectores seminómadas o con un nomadismo cíclico, que vivían en grupos familiares extendidos (nanicabos) y habitaban una casa comunal. Cada familia huao mantiene varias plantaciones (quehuencori), que se hallan a gran distancia unas de otras, y emigra hacia ellas de manera cíclica, por lo que ninguna es abandonada de forma definitiva -agricultura itinerante de roza y quema-; lo mismo ocurre con las viviendas, que cuando no son habitadas siguen perteneciendo a ese nanicabo. La migración también tiene relación directa con la disponibilidad de animales de caza y pesca, así como de productos recolectables.

La dieta tradicional de este pueblo ha estado constituida básicamente por yuca, plátano verde y carne de caza. Sin embargo, el consumo de carne estaba restringido por un sistema de tabúes que lo limitaba sólo a tres tipos de animales: monos, aves y cerdos salvajes. Otra fuente secundaria de proteínas ha sido la pesca. También se cultiva en las huertas otros productos, tales como maní, camote y maíz. En la cosmovisión huaorani, las ánimas de los muertos, las disputas internas entre un nanicabo y otro, o la acción de un iroi (shamán), son causa de las enfermedades y las muertes; generalmente, tras la muerte o la enfermedad de alguna persona la culpa recae sobre uno o más miembros de otro grupo familiar.

En 1956 existían aproximadamente unos seiscientos huaorani, dispersos en un área de 13.162 kilómetros cuadrados. Los huaorani ocupaban, hasta mediados del siglo XX, un espacio territorial comprendido entre los ríos Napo, al norte, y el Curaray, al sur, lo que correspondía a un área de 20.000 kilómetros cuadrados. Actualmente su territorio se encuentra dentro del «Protectorado», un área de 1.605 kilómetros cuadrados que fue reconocida como «territorio huaorani» por el Estado hacia finales de la década de 1950, como un recurso para «protegerlos» de posibles usurpaciones territoriales por parte de los colonos y otros grupos étnicos ajenos a la zona.

En la década de 1980 el Estado entregó a este grupo indígena una extensión de 716.000 hectáreas, pero sin la garantía del usufructo de los recursos naturales del subsuelo, puesto que estos recursos pertenecen al Estado por disposición constitucional. En virtud de ello se han adjudicado concesiones petroleras en el interior del mismo territorio, lo que pone en riesgo la integridad cultural e incluso la supervivencia de esta comunidad. Estas concesiones produjeron un fuerte impacto en la vida cotidiana y laboral del pueblo huaorani. La carretera de acceso a las instalaciones que se ha construido atraviesa y divide en dos el territorio de este pueblo de la Amazonía. Ante ello, los huaorani saben que, más tarde o más temprano, la frontera de colonización llegará a sus territorios. Por otro lado, estas compañías establecieron relaciones paternalistas y asistencialistas con los integrantes de este pueblo, lo que ha generado cierta dependencia laboral de ellos con respecto a estas empresas.

De todas maneras, en su afán por reivindicar su cultura tradicional, el pueblo huaorani ha respondido a los intentos de penetración externa y asedio sistemático haciendo la guerra tradicional, que comenzaba y terminaba con la aniquilación de sus enemigos. Este es el caso más representativo en el Ecuador de un pueblo que defiende su derecho a vivir en su propio territorio conforme a sus valores y creencias.

Los siona-secoya

Los integrantes de este grupo indígena se identifican a sí mismos como sionas y secoyas, que en su idioma significa «hacia el huerto», dada la importancia de su relación con el cultivo hortícola. Son conocidos popularmente en la Amazonía como los «encabellados» o como la «gente de río arriba», ya que su residencia habitual estaba ubicada arriba de la bocana del río Aguarico.

Los siona-secoya habitan en las riberas de los ríos Aguarico, Eno y Shushufindi, y en la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno. Este grupo es el resultado de la convivencia en una misma zona de dos pueblos distintos, pero relacionados históricamente en tanto descienden de la familia lingüística tukano occidental, compuesta, además, por los pueblos coreguaje, tamas y macaguajes (en Colombia), y los secoya y angotero (en el Perú).

A partir de la década de 1940, los secoya establecieron relaciones matrimoniales más constantes con los residentes siona, una vez que los secoya afincados en los ríos Santa María y Angusilla del Perú migraron en dirección oeste, huyendo de un patrón cauchero que los explotaba. Estos dos pueblos comparten una tradición cultural similar y hablan dialectos inteligibles de una misma lengua que les permite comunicarse. Además, sus relaciones de parentesco y alianza matrimonial tienen precedentes en cuatro generaciones anteriores.

El pueblo siona-secoya basó tradicionalmente su subsistencia en la horticultura itinerante, la caza, la pesca y la recolección. Su sistema de vida, y sobre todo los patrones de producción y consumo, se han visto directamente afectados como consecuencia de las constantes presiones que sobre su territorio ejercen fundamentalmente los colonos -indígenas y mestizos- así como las empresas petroleras. En cuanto a la dieta de este grupo, es de destacar el autocuidado nutricional que tienen los individuos desde el momento en que logran la independencia de su madre; es frecuente ver a niños pequeños buscando por sí mismos frutos o alimentos silvestres.

El ritual más importante de los siona-secoya está relacionado con el yage o ayahuasca (Banisteropsis caapi), un alucinógeno cuyo consumo permite un trance intenso y que se supone lleva a quien lo ingiere por el mundo de los espíritus ancestrales; para poder practicar este ritual se necesita una preparación previa, consistente en ayuno y conversaciones con hombres o mujeres mayores. Previamente a iniciar el ritual del yage los convidados visten sus prendas tradicionales y pintan sus brazos, piernas y rostros con símbolos de su cultura.

Los cofán

Este grupo habita en el área superior del río Aguarico, aunque su territorio tradicional comprendía una extensa zona entre los ríos Aguarico, San Miguel y Guanúes; sus comunidades más representativas son Sinangüe, Dovino, Dureno y Závalo. Parte del territorio cofán se encuentra dentro de las reservas forestales Cayambe-Coca y Cuyabeno. Adicionalmente disponen de 13.000 hectáreas adjudicadas por el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (IERAC) a las comunidades de Dovino y Dureno.

Este pueblo se compone actualmente de alrededor de doscientas o doscientas cincuenta personas en el Ecuador y un número similar en Colombia. Su lengua es el cofán, idioma considerado por especialistas como no afín a ningún otro lenguaje americano.Al igual que el grupo siona-secoya, el pueblo cofán enfrenta intensas y constantes presiones sobre sus territorios por parte de las empresas petroleras y los colonos, lo cual ha generado un proceso de concentración en territorios pequeños y una acelerada incorporación de estos indígenas al trabajo asalariado en las mismas empresas petroleras o constructoras de caminos.

La cosmovisión vinculada al ritual del yage fue afectada de manera considerable a partir del contacto que ha mantenido este pueblo con los misioneros enviados por el Instituto Lingüístico de Verano (ILV), quienes tuvieron una actitud punitiva frente a estas prácticas culturales. El resultado fue que, con ello, los valores y comportamientos culturales vinculados al ritual del yage quedaron satanizados y los shamanes fueron perseguidos o abandonados, desapareciendo así la posibilidad de transmitir sus conocimientos y de formar a jóvenes shamanes. Sin lugar a dudas, la presencia del ILV generó los mayores impactos a nivel cultural en el pueblo cofán. La concentración de las personas en poblados contribuyó a modificar las relaciones sociales y los vínculos con el hábitat, por lo que los individuos se volvieron más vulnerables a las epidemias. La vivienda tradicional o maloca -de características similares a la vivienda shuar- fue transformada en casa unifamiliar, con materiales no tradicionales y con pequeñas habitaciones que no permiten una adecuada ventilación.

El informe de UNICEF de 1990 indica que la esperanza de vida del pueblo cofán es muy corta, pues únicamente el 1,8 por ciento de la población sobrepasa los 51 años. El informe también señala que existe una alta tasa de mortalidad infantil y una severa desnutrición en los primeros años de vida, situación que se agudiza con los cambios en los hábitos alimenticios, pues los alimentos tradicionales con alto contenido de nutrientes han sido reemplazados por alimentos adquiridos en el mercado, generalmente de bajo valor nutricional, como fideo y arroz, entre otros.

Los záparo

Este pueblo se encuentra en proceso de extinción. Su existencia se presume por aquellos descendientes que se reivindican como záparos y que, casados con achuares, quichuas o huaorani, intentan recuperar sus valores tradicionales. Su idioma sólo lo hablan seis u ocho ancianos en las comunidades de Llanchamacocha, Pavacachi y Balzaura, en la provincia de Pastaza.

El pueblo záparo estuvo conformado en una época por más de cien mil personas, las que se hallaban dispersas tanto en la selva amazónica ecuatoriana como en la peruana. En el Ecuador no existen asentamientos constituidos sólo por záparos, sino grupos combinados de quichua-záparo y achuar-záparo.

Los shiwiar

Los shiwiar, recientemente incorporados al complejo socio-etno-lingüístico, comparten ciertas características con los achuar y shuar de la Amazonía ecuatoriana. En 1999 fueron reconocidos como nacionalidad. Sus asentamientos se ubican en las riberas de los ríos Corrientes, Shiona y Chuintza.

Fuente: Enciclopedia del Ecuador

El pueblo que nació del maíz

Hablaré ahora de un tiempo muy anterior al nuestro, cuando los otros cohuori ni
siquiera existían. En ese tiempo los huaorani no fueron creados por Dios, sino que salieron del maíz, los huaorani aparecieron en el mundo cuando el maíz se convirtió en persona. Huene, el diablo, solía comer a los cazadores que se perdían en sus partidas de caza.

También le sucedió eso a una señora que un día fue a la chacra y se le oscureció de imprevisto; al querer regresar la comió Huene. El papá de ella era medio brujo, como solían ser en el primer mundo de los huaorani.

Fuente: Miguel Ángel Cabodevilla, Los Huaorani en la historia de los pueblos de Oriente.

Los secoya y las canoas

Yo les voy a contar sobre el origen de la canoa. Dicen que al principio dos hombres sotenían un árbol de balsa mientras el dios Tumbahuay cortaba el árbol por su base; una vez tumbado el árbol, en lugar de salir un tronco, solía salir una canoa lista para navegar. Sin embargo, en una ocasión, los hombres creyeron que el árbol les iba a aplastar y por miedo se hicieron a un lado. Entonces, la canoa cayó al suelo y se partió en toda la mitad. En castigo, Tumbahuay les dejó como maldición que sufran construyendo las canoas con sus propias fuerzas.

Fuente: César Payaguaje, secoya. Tomado de Mundos Amazónicos, Paymal y Sosa, compiladoras.

Los Pueblos Indígenas Originarios de la Costa

En esta región existen actualmente tres pueblos originarios: awa, chachi y tsachila. Cada uno de ellos ha mantenido una autonomía relativa con el resto de la sociedad nacional, favorecida por el aislamiento geográfico de los awa y los chachi, consecuencia de su ubicación en el interior del bosque tropical. La persistencia de la vigorosa identidad de los tsachila está directamente vinculada a las formas y los atributos externos, entre ellas su peculiar atuendo, y también a su fama de curanderos o brujos; se trata de un grupo étnico que mantiene una intensa relación con la sociedad mestiza, sobre todo la del cantón Santo Domingo de los Colorados.

Los awa

Este pueblo se concentra en la parte noroccidental del Ecuador, en las provincias del Carchi, Esmeraldas e Imbabura, y la parte sur de Colombia, y cuenta con una población aproximada de mil seiscientas personas. Su modo de vida tradicional combina la agricultura itinerante con la caza, la pesca y la recolección. En la últimas décadas del siglo XX se ha extendido también entre sus miembros el cultivo de productos para el mercado y la crianza de animales de corral.

En su lengua nativa, el awa-coaiquer, Awa significa «hombre» o «persona». En ocasiones se los nombra como awa-coaiquer, asimilándolos con el pueblo coaiquer, que habita al sur de Colombia; sin embargo el coaiquer es un pueblo distinto, con el que comparten una misma raíz sociolingüística. La lengua de los awa se emplea, generalmente, sólo en contextos familiares y comunitarios, sobre todo para la transmisión oral de sus concepciones. El gobierno ecuatoriano ha promovido la aplicación de programas de educación bilingüe awa-español.

El territorio de este pueblo enfrenta graves presiones, principalmente de parte de las empresas madereras y de los colonos que desbrozan el bosque, hechos que tienen graves repercusiones sobre su ecosistema, caracterizado por la fragilidad, y también sobre su vida cotidiana y laboral.

Los chachi

Este pueblo ocupa la zona irrigada por los ríos Santiago, Cayapas, Onzole y Canandé, en la provincia de Esmeraldas. Los chachi del Cayapas conforman el grupo más numeroso, aunque también existen grupos pequeños en las zonas de Muisne y Quinindé, en la misma provincia. En 1979 fueron censados catorce centros o comunidades chachi con una población aproximada de dos mil indígenas. La población actual se estima en 4.776 habitantes. Este pueblo conserva su idioma vernáculo, el chapíalachi, en la comunicación intraétnica, aunque la mayoría de sus integrantes son bilingües.

La economía de los chachi se basaba en la caza, la pesca y la horticultura itinerante. Estas actividades tradicionales han sido desplazadas poco a poco por la agricultura intensiva y el trabajo asalariado en las compañías madereras de la zona, a lo que se suma el comercio de artesanías. Los principales productos artesanales son elaborados con madera de balsa, chonta y fibras locales. Los instrumentos musicales, como marimbas, bombos y conunos, se siguen fabricando con tecnología autóctona y tienen un importante valor comercial en el mercado.

Los conocimientos del manejo de la huerta y de los diferentes ecosistemas del bosque húmedo tropical son una parte muy destacable del patrimonio cultural de este pueblo. En la huerta se combinan los cultivos, a semejanza de los estratos verticales del bosque, lo cual maximiza la productividad de la tierra y minimiza el impacto de las plagas. Así, junto al banano se cultiva el café, el cacao, la yuca, el maíz y diversas plantas medicinales. La caza y la pesca son fuentes menores de la dieta; en el caso de la pesca, se recurre cada vez más a la dinamita para su práctica.

Los tsachila

Este pueblo ha sido conocido con el nombre de «colorados» por su costumbre de pintarse el cabello y el cuerpo de color rojo con achiote. Su territorio original ocupaba la faja de selva en las estribaciones de la cordillera Occidental. Actualmente, sus integrantes habitan la parte central del cantón Santo Domingo de los Colorados, correspondiente a la provincia de Pichincha. La población total del grupo es de alrededor de dos mil personas, que se hallan asentadas en las comunidades de Chihuilpe, Cóngoma, Peripa, Poste, Bua, Otongo Mapalí, Taguaza y Naranjo Pupusa.

Hasta la década de 1950 el pueblo tsachila estuvo débilmente integrado a la economía y sociedad nacionales, pero a partir de ese momento su territorio se convirtió en zona de paso obligado, debido a la construcción de la red vial que unió la Costa con la Sierra. Gran parte de su territorio fue ocupado por colonos mestizos, en un proceso dirigido por el Estado en las décadas de 1960 y 1970, para poblar tierras «baldías».

La economía de los tsachila se basa en la producción agropecuaria, principalmente de ganado vacuno y frutas tropicales. La vestimenta tradicional y otras muchas costumbres han cambiado en las últimas décadas del siglo XX, y los tsachila las han conservado en ocasiones como elementos exóticos y folclóricos para su beneficio. Los conocimientos médicos ancestrales son practicados con fines comerciales y satisfacen una importante demanda de diferentes partes del país.

Fuente: Enciclopedia del Ecuador

Los Pueblos Indígenas Originarios de la Sierra

El pueblo quichua se encuentra distribuido a lo largo del callejón interandino. La unidad lingüística de este pueblo, que cuenta con varios dialectos, es la cualidad en común que ha sido el elemento fundamental de su cohesionamiento cultural, no obstante no haber sido el quichua la lengua vernácula de todos los grupos que integran este pueblo; su uso se generalizó como lengua franca en la época prehispánica y durante la Colonia, sobre todo para el comercio y la evangelización.

En el interior de este pueblo existen varios grupos locales con particularidades significativas, como son la vestimenta, el calzado, las tonadas y los colores preferidos, los productos agrícolas que siembran, las comidas, las festividades, los santos patronos, las formas organizativas y un sinnúmero de aspectos de la vida cotidiana que los identifica respecto del resto de los indígenas quichuas.

El pueblo quichua de la Sierra puede ser subdividido en tres grandes agrupaciones, aunque sólo con fines explicativos y atendiendo a las dinámicas regionales, a saber: quichuas de la Sierra norte, de la Sierra central y de la Sierra sur. Los quichuas del norte del país se encuentran representados por los siguientes grupos étnicos: otavalos, caranquis, circunquiteños, cotacachis, cayambis, natabuelas, entre otros; estos grupos ocupan las actuales provincias de Imbabura y Pichincha. Los quichuas del centro del país, que están instalados en las provincias de Cotopaxi, Tungurahua, Chimborazo y Bolívar, generalmente toman el nombre de su comunidad, como por ejemplo: zumbahua, tigua, guangaje y moreta (Cotopaxi); salasaca, chibuleo, quisapincha, pilahuín, píllaro y pasa (Tungurahua); guaranda, simiatug, guanunjo y casaichis, entre otros (Bolívar); cachas, licto, colta, calpi y pulocate, entre otros (Chimborazo). Los quichuas del sur del país: cañaris (Cañar) y saraguros (Azuay y Loja).

La Pacha Mama: fuerza y recursos

Existen algunos aspectos que son comunes a todos estos grupos agrarios. En primer término, su vínculo con la naturaleza, que se expresa en la importancia que ellos conceden a la Pacha Mama -vocablo de origen aymara-quichua, cuya traducción literal es «Madre Tierra»-, concepto que en la cosmovisión quichua es asumido como el «centro vital» de la existencia de todos los seres vivos, la naturaleza misma. La Pacha es una idea nuclear, más que un concepto, de la cosmovisión de este pueblo. La Pacha es considerada a la vez espacio y tiempo: por un lado, la fuerza femenina -materna-, pródiga y fecunda, que siempre exige que se devuelva en «pago» una ofrenda material, a modo de rito propiciatorio de un nuevo inicio; y, por otro, es también el tiempo que perdura y que expresa la estabilidad. La palabra pacha también se aplica a lo que resulta peculiar, extraño o asombroso (por ejemplo, una persona es pacha cuando padece una malformación congénita).

La concepción predominante del tiempo que tiene este pueblo es cíclica, por tanto el pasado, el presente y el futuro no están ordenados escalonadamente, tal como lo asume la concepción occidental. Para su mentalidad, los momentos significativos recurren periódicamente, en lapsos que puede ser de un mes lunar, cinco años, cincuenta años o quinientos años, y el pasado no está «atrás» sino «delante». Su cosmovisión también se fundamenta en el ciclo agrícola (siembra, deshierbe y cosecha) y en la relación de este ciclo con los cambios en la posición del Sol y la Luna. Las ceremonias están fuertemente vinculadas a ellos y el calendario de fiestas coincide con los solsticios de invierno y verano, épocas de siembra y cosecha.

Otra característica destacable de la cosmovisión de estos indígenas es la corporalización de su entorno natural, social y espiritual. Todo lo que les rodea lo conciben corpóreo; el alma, por ejemplo, posee cuerpo inmaterial. En la mentalidad de este pueblo está muy arraigada la idea de complementariedad o correspondencia de los objetos y los hechos del universo, tanto como de sus representaciones simbólicas; el complemento del macho es la hembra, al frío le corresponde lo caliente, y así, en cada caso, los dos elementos forman una unidad de opuestos.

Estos grupos étnicos que actualmente forman el pueblo quichua han basado su subsistencia, en su mayor parte, en el control de diversos pisos ecológicos y en un consumo restringido de lo que producen. En cada caso, el acceso a los recursos naturales provenientes de diversos ecosistemas les ha permitido, por cientos de años, mantener cierta autonomía económica frente a la sociedad nacional y, más todavía, con respecto al Estado ecuatoriano. Este acceso a diferentes pisos ecológicos favoreció la utilización de los recursos del páramo (la paja), de los terrenos altos (tubérculos como oca, papa, mashua, melloco, etc.) y también de las zonas bajas, de valle, propicias para el cultivo del maíz, además de quinua y otros cereales.

Sin embargo, este panorama agroecológico ha ido cambiando aceleradamente para algunos de los grupos que quedaron confinados al páramo, mientras otros conservaron sus tierras en los valles bajos. Con el tiempo, esta división entre indígenas de páramo y de bajío se ha vuelto una realidad visible que establece otro tipo de diferencias en el interior mismo del pueblo quichua que merecen ser consideradas.

Los quichuas de la Sierra norte

Los grupos quichua de esta zona tienen como principal actividad productiva la agricultura dirigida al mercado urbano, de acuerdo a las condiciones ecológicas de cada área; aquellos que están ubicados en las partes altas, próximas a los páramos, cultivan principalmente tubérculos y poseen rebaños de ovejas; los de los valles cultivan sobre todo maíz. Hay que destacar que las tierras más productivas de los valles han sido ocupadas por haciendas lecheras y por agroindustrias de exportación. Estos grupos padecen graves problemas de pobreza y analfabetismo.
El caso del grupo otavalo es particular dentro de todos los que habitan la zona. A partir de una economía mixta agrícola y artesanal, estos indígenas han logrado diversificar aún más las fuentes de su ingreso económico. La producción textil tiene un destacado lugar en el mercado nacional e internacional, que ha favorecido la consolidación de una economía con excedentes, incluso para convertir a algunas familias en propietarias de empresas y de espacios urbanos dentro de la ciudad mestiza de Otavalo. Este proceso de modernización no ha resultado ser un obstáculo para la supervivencia de su ritualidad tradicional, la cual se mantiene todavía muy ligada a las actividades agrícolas. La principal festividad es la de San Juan -en el mes de junio-, que coincide con la fiesta prehispánica del Inti Raimi o de las cosechas, en la cual los danzantes, disfrazados de ayahumas («cabeza de espíritus») con grandes sombreros, danzan junto a otros disfrazados en las plazas de los principales pueblos y ciudades, sobre todo en Otavalo y sus alrededores. Durante estas fiestas, los hombres se bañan en las cascadas o riachuelos, a la media noche o en la madrugada, en una ceremonia ritual que permite tomar especiales poderes para el baile.

Los quichuas de la Sierra central

Los grupos quichuas que viven en esta zona de la Sierra se concentran, casi en su totalidad, en las tierras más altas, en los páramos o muy cerca de ellos, por lo que su productividad agrícola es baja; apenas cultivan productos como papa, melloco, oca, mashua y cebada. En las zonas más bajas cultivan maíz, trigo y calabaza. Estos grupos combinan la producción agrícola con la artesanal y la pecuaria, especialmente la cría de ganado ovino y de animales menores como conejos, cuyes y gallinas; en algunos casos, la migración temporaria a las ciudades es también una fuente importante del ingreso familiar.

Las tierras de estos grupos están muy erosionadas, ya que su uso es intensivo. Se calcula una media de propiedad de 1,02 hectáreas por habitante, lo que explica el gran flujo migratorio hacia las ciudades, especialmente desde la década de 1960, por la liberación de la mano de obra de las haciendas. Las principales zonas de migración se localizan en las provincias del Chimborazo, Bolívar y Cotopaxi.

El déficit de escolaridad que padecen los grupos indígenas que habitan esta zona es de 57,59 por ciento y el analfabetismo llega a alcanzar un índice del 18,5 por ciento.

Diversas fiestas relacionadas con el calendario agrícola y religioso católico, sobre todo las de los santos patrones, se celebran en las comunidades; la más relevante es la de Corpus Christi, en la que los danzantes visten atuendos muy coloridos y vistosos, aspecto que determina su valor. Cada fiesta cuenta con su prioste, persona que se hace cargo de los gastos y de la preparación de la misma.

Algunos grupos quichuas de la Sierra central se han especializado en determinadas actividades productivas: los salasacas en la artesanía, los chibuleos en el cultivo de ajo y cebollas; en la provincia del Chimborazo hay también algunos grupos que desarrollan la producción orgánica a gran escala de hortalizas y legumbres, en tierras de antiguas haciendas adjudicadas a las comunidades indígenas por el Estado.

Grupos de la Sierra sur

En esta zona, los cañaris viven de la agricultura, la ganadería vacuna y lanar y de las actividades artesanales; los textiles producidos por este grupo son muy valorados en los mercados nacionales e internacionales por su calidad, colorido y vistosos diseños. Por su parte, están los saraguros, en cuya historia oral se destaca el ser descendientes de los incas de la época de Huayna Cápac (se trataría de un grupo mitma, es decir desplazado de su asentamiento ancestral a otro lugar de reciente conquista, como parte de la estrategia militar de pacificación de los incas). Las principales actividades productivas de este grupo son la agricultura y la ganadería. Poseen el control de diferentes pisos ecológicos, desde los altos páramos hasta los valles subtropicales y bosques tropicales, en cada uno de los cuales acceden a diferentes productos.

Fuente: Enciclopedia del Ecuador

Espíritus que gobiernan el mundo quichua

Los quichuas perciben el cosmos como un sistema de cuatro pisos: Ahua Pacha
(el cielo), Puyo Llacta (las nubes), Cai Pacha (la tierra) y Ucu Pacha (el mundo interior). En cada piso viven diferentes espíritus y supais con los que los hombres establecen relaciones. El espíritu de Amazanga es el espíritu que ordena y rige en la selva, al cual un buen cazador debe aproximarse y fortalecerse mediante él. En las aguas vive Sungui o Yacu Supai Runa juntamente con su mujer Yacu Supai Huarmi o Yacu Mama, son los dueños del mundo de las aguas, de los habitantes de ellas. El éxito en la pesca e inclusive en la cacería depende de la relación con estos espíritus y del cumplimiento de rituales pequeños, practicados en la vida cotidiana.

Los yachacs son los intermediarios entre ese mundo de los espíritus y el mundo de los hombres y mientras más poderosos tienen relaciones más profundas y complejas con los supais. Para poder establecer estas relaciones los yachacs deben enfrentar un proceso de aprendizaje bajo la supervisión de un yachac poderoso, el cual les enseña los atributos y los usos de plantas. Durante este proceso los aprendices deben enfrentar diversos retos, abstinencias y privaciones (ayunos, por ejemplo).

Fuente: Paymal y Sosa, compiladoras, Mundos Amazónicos.

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