Economía en el Siglo XIX

Economía de Ecuador en el Siglo XIX en Ecuador

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Economía y sociedad del Ecuador decimonónico

Luego de la Independencia, en el Departamento del Sur de la Gran Colombia se extendió un estado general de crisis. Se trataba de una crisis política, económica, social y demográfica provocada por el estado de guerra y revueltas, y por las consecuentes aportaciones de las regiones a la subvención de los gastos, en dinero, especies y elemento humano reclutado para las tropas. Posteriormente, y durante todo el período republicano, la economía no gozó de una completa estabilidad por las constantes guerras y luchas entre fracciones opuestas y por las condiciones de la economía de cada una de las regiones. Existieron problemas sin solución definitiva, como el monetario, la organización de las finanzas públicas y el pago de la deuda externa.

En la Sierra, la estructura productiva tenía como eje la hacienda, con la que coexistían la pequeña propiedad campesina parcelaria y la comunidad indígena, en muchos casos integrada a la hacienda, como en el norte, o independiente, en el sur. En la Costa, especialmente en las riberas de los grandes ríos de Guayaquil, la forma productiva más importante era la plantación productora de cacao. Las relaciones establecidas en estas unidades de producción fueron similares en toda la Sierra, y éstas eran diferentes a las de la Costa. En la hacienda, la forma predominante de captación de mano de obra fue el concertaje, que coexistió con otras formas como la yanapa, la aparcería y otras variantes locales.

Las pocas industrias textiles que existían en el siglo XIX utilizaban también mano de obra concierta para la producción. En la Costa, el sistema predominante era la redención de cultivos. La economía y la sociedad del Ecuador decimonónico vivieron procesos contradictorios que permitían la convivencia de estructuras de origen colonial -poco funcionales para los intentos de modernización, pero rentables para las economías locales y regionales- con sistemas modernos.

Las regiones centro y sur se vieron afectadas por la migración de la población rural, sobre todo en dirección a la Costa, en busca de mejores salarios, ya que en esta región podían llegar a ser hasta seis veces mayores que en la Sierra.

La Sierra centro-norte

Desde la fundación de la República (1830), Quito ocupó un lugar político privilegiado por ser el centro del poder del nuevo Estado. La crisis que soportó a finales del siglo XVIII se agudizó con las guerras independentistas y la disolución de la Gran Colombia. Los primeros cincuenta años de vida republicana constituyeron un período de ajustes en medio de los conflictos políticos en torno a la captación del poder, de búsqueda de nuevas vías productivas y de calamidades como terremotos y erupciones volcánicas (que afectaron a Cayambe en 1859, a Ibarra en 1868,y a Latacunga en 1876). A pesar de los problemas, hacia finales de la década de 1870 la región se recuperó demográficamente. Por su parte, el sector manufacturero volvió a entrar en una fase de mejoría como consecuencia del crecimiento de las ciudades, de la apertura de mercados a nivel nacional y de la prosperidad cacaotera. Los obrajes desaparecieron y la producción textil se desarrollaba en manufacturas con mano de obra concierta.

La hacienda se consolidó paulatinamente como unidad productiva fundamental, articulándose en su entorno una elite terrateniente (incluida la Iglesia, uno de los mayores propietarios), que tenía su lugar de residencia en Quito. Las haciendas más importantes se encontraban en Imbabura y Chimborazo, y la ganadería figuraba entre sus nuevas alternativas productivas.

Al igual que en las otras regiones, existía un problema monetario permanente. Además del dinero extranjero, neogranadino, circulaba una moneda propia que era utilizada para las transacciones dentro de la región y para el pago de las contribuciones indígenas. Para las relaciones comerciales fuera de la región se utilizaban monedas de oro. Cuando en 1868 se fundó el Banco de Quito, los billetes emitidos por esta entidad continuaron siendo de circulación regional. En 1884 se creó el sucre, moneda con validez nacional. La principal producción de la región fue la agrícola y la ganadera, destinada fundamentalmente al consumo local, con escasa venta en la Costa debido a la falta de comunicación entre regiones.

En su inicio, la región estuvo constituida por tres provincias: Imbabura, Pichincha y Chimborazo. Entre 1850 y 1883 se fundaron Carchi, León, Tungurahua y Bolívar.

La Sierra sur

Otra región que conoció una época de crisis fue la Sierra sur (Cuenca y Loja), como consecuencia de la economía de guerra y los grandes aportes realizados por la región para la Independencia y los enfrentamientos con el Perú; la crisis se prolongó hasta mediados del siglo XIX. En este período la economía de la región se volcó hacia adentro y se reforzaron los lazos mercantiles internos. Si bien se inició la producción de textiles de lana, la producción de este sector en general declinó y se restringió el comercio con el Perú y Guayaquil, ya que a pesar de las medidas proteccionistas, existió una competencia de tejidos ingleses, de mejor calidad. Disminuyó también la venta de productos agrícolas y ganaderos a Guayaquil por la reducción de los ingresos provenientes del cacao, cuya producción se encontraba en una etapa de cambios. Como consecuencia de esta contracción, la moneda era escasa en la región; circulaban monedas extranjeras (peruana, chilena, boliviana) así como moneda «falsa», acuñada localmente con plata producida en las minas de la región.

La Sierra sur empezó su reactivación económica entre los años 1840 y 1850, con la explotación de la cascarilla, producto requerido para la elaboración de la quinina, y la fabricación de sombreros de paja toquilla (hacia 1870), destinados a la exportación. Los gobiernos del período marcista establecieron una serie de medidas de apoyo a este sector, como la creación de escuelas de aprendizaje del tejido y la excepción de contribuciones en trabajo a los artesanos. Los municipios emprendieron la reparación de caminos hacia la Costa.

Las actividades de comercio y exportación dieron lugar a la formación de sectores de comerciantes que conocieron una economía en auge. Las fronteras regionales se expandieron hacia las estribaciones de las cordilleras Occidental y Oriental y se valorizaron enormemente las tierras. Su precio aumentó y se concentraron grandes extensiones de las mismas en manos de las familias de explotadores y comerciantes de cascarilla, a través de la compra de bosques privados y estatales, denunciados como tierras baldías. La mano de obra utilizada era concierta. La producción de la cascarilla decayó hacia 1885 por el agotamiento de los bosques y la competencia de la India oriental y la isla de Java. En este período se consolidó la hacienda; las elites regionales estaban integradas por hacendados y comerciantes. A pesar de los recursos con los que contaba la región, la contribución de indígenas siguió siendo un ingreso importante. Cuando se la suprimió, en 1857, las elites y las autoridades locales protestaron enérgicamente y solicitaron nuevamente su aplicación. A partir de 1885 empezó un período de contracción económica, incrementado con la presencia de trastornos climáticos, sobre todo heladas, que incidieron en la decadencia de la producción agrícola de subsistencia.

La Costa

Desde inicios del siglo XIX esta región conoció una economía dinámica, aunque con bajas coyunturales, gracias a la exportación del cacao y de otros productos, que dio lugar a un crecimiento de los ingresos por concepto de los derechos aduaneros. Entre 1825 y 1845, la Costa vivió un período de auge cacaotero. Los propietarios de las plantaciones y los comerciantes exportadores lograron acumular grandes extensiones de tierra y capitales importantes que invertían nuevamente en la banca (se convirtieron en los prestamistas del Estado central), así como un considerable poder político. Hasta 1860, el comercio del cacao estuvo monopolizado por una sola familia, Luzurraga.

A partir de 1850, la producción de cacao entró en crisis por las pestes de fiebre amarilla que afectaron a la población costeña e incidieron en la reducción de mano de obra migrante. Aunque en 1860 comenzó un proceso de recuperación demográfica, la mano de obra permanecía en la ciudad por los salarios más altos, lo que motivó que se establecieran mecanismos represivos para retenerla en las plantaciones. En 1870 empezó un nuevo auge económico.
El cacao permitió la inserción de la Costa en el mercado internacional. Sus mercados, hasta 1864, se encontraban en España, Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos, Panamá, Chile y el Perú. En las plantaciones cacaoteras se dieron diferentes formas de trabajo: el peonaje por deudas y la redención de cultivos.

Formas de trabajo y captación de mano de obra

Entre las diversas modalidades de contratación laboral que existieron en el Ecuador durante el siglo XIX se pueden mencionar el peonaje por deudas, la redención de cultivos, la yanapa, el concertaje, la contribución personal de indígenas y la contribución subsidiaria.

· Peonaje por deudas. En los momentos de crisis de la producción y de escasez de mano de obra se acudió a mecanismos coercitivos como la retención de trabajadores a través del endeudamiento del peón. Para lograrlo, se aplicaba el peonaje por deudas: se entregaba a los trabajadores anticipos de dinero y se les vendía productos de subsistencia dentro de la plantación.
· Redención de cultivos. Consistía en la entrega por parte del propietario de una cantidad de tierra al trabajador para el cultivo del cacao, con la condición de que desbrozara el terreno. Junto al cacao sembraba productos para su subsistencia. Al cabo de cinco o seis años, el trabajador devolvía la tierra al propietario, quien le entregaba a cambio una cantidad de dinero por cada planta.
· Yanapa. Era el trabajo que realizaban los miembros de las comunidades y los campesinos parcelarios en beneficio de la hacienda a cambio de la utilización de los recursos de ésta, tales como caminos, montes, pastos, aguas.
· Concertaje. En relación a la mita colonial, este sistema era considerado a comienzos del siglo XIX como una forma de trabajo más justa, pues implicaba una «voluntad» del indígena, que se comprometía a realizar el trabajo asignado a cambio de una remuneración y del usufructo de una parcela entregada para su subsistencia. Este principio fue limitado, sin embargo, con la mediación de un sistema de endeudamiento entre el patrón y el concierto, quien iniciaba su trabajo con un anticipo de dinero. Su deuda se incrementaba con la entrega de sucesivos anticipos en dinero o en especies que el concierto solicitaba a la hacienda -se los denominaba «socorros»-, y con los cargos que se le hacían por daños que pudiera sufrir la hacienda, por la pérdida o muerte de animales, etcétera. La deuda era, además, hereditaria, y se transmitía a la mujer y a los hijos del concierto. Para su sustento, el concierto recibía en posesión una parcela, en la que sembraba y obtenía sus propios recursos.
· Contribución personal de indígenas. Este sistema reemplazó al tributo colonial; como aquél, se fundamentaba en un concepto racista y de segregación étnica, calificada por el gobierno del general Robles como «bárbara y antieconómica, que pesa exclusivamente sobre una clase y la más infeliz de la sociedad». Los tres pesos cuatro reales de impuesto (hasta 1845, año en que se lo redujo a tres pesos) eran pagados por todo indígena varón, comprendido entre los 18 y 50 años, que no fuera concierto de hacienda. Los menores y mayores de estas edades eran considerados como «reservados». Estaban exonerados «los lisiados o enfermos habituales hasta el extremo de no poder trabajar y ganar un salario» (15 de octubre de 1828). No lo pagaban quienes servían al Estado como «postas» o «guías» (25 de mayo de 1830); desde 1851 (3 de junio), fueron exonerados los enrolados voluntarios del ejército, los que seguían la carrera de Letras y quienes tenían propiedad cuyo valor fuese superior a mil pesos. Tenían exoneración de por vida quienes hubiesen sido maestros por seis años consecutivos, los hijos legítimos de padre blanco y madre indígena, pero no los ilegítimos, que seguían la condición de la madre. El 23 de noviembre de 1854 se amplió la exoneración definitiva a los hijos legítimos de padre indígena y madre blanca, a los «gobernadores de indígenas» y «caciques», auxiliares de la cobranza por un lapso de seis años. Este sistema constituyó el principal rubro de ingresos para la economía gran colombiana, y posteriormente para la republicana.
· Contribución subsidiaria. Con la supresión de la contribución de indígenas se reactivó el cobro y la exigencia de la contribución subsidiaria, que se destinaba a la construcción de obras públicas, sobre todo de los caminos. Esta imposición no se fundamentaba en la pertenencia a la raza indígena para su pago, puesto que las leyes establecían que todo varón ecuatoriano, de entre 18 y 50 años, debía contribuir. En la práctica, sin embargo, eran los indígenas quienes la pagaban.

Fuente bibliográfica: Enciclopedia del Ecuador

El concertaje de indios

Aun uso bárbaro, bárbaro debe ser el término que le corresponda. Cosa célebre, española es y rancia la iniquidad que nos proponemos combatir; y no obstante, en el Diccionario de la lengua española, no hay voz que propiamente la exprese.

Bautizamos con este nombre concertaje el acto atroz, diariamente ejecutado ante un tribunal y con intervención de la ley, mediante el cual queda sellado un hombre con marca de eterna esclavitud; barbaridad que nadie siquiera advierte.

La abdicación absoluta de la libertad, el enajenamiento de la voluntad y la inteligencia, la muerte, pues, de la personalidad misma, tal es el concertaje.

Algo peor que la caza o trata de negros en África es el concertaje: es la degradación sistematizada de una porción inmensa de hermanos nuestros, con nosotros nacidos y consagrados a nuestro bien; es la condenación legal de toda una raza al embrutecimiento; y por la frialdad misma con que se la ejecuta, el concertaje es el más alevoso de los asesinatos, el del alma de un infeliz.

Y el concertaje no es solamente un infortunio aislado: trae consigo la esclavitud de la mujer, de los hijos, de toda la parentela de la víctima; ello implica abominable parricidio.

Fuente: Abelardo Moncayo Andrade, «El Concertaje de indios», Pensamiento Agrario Ecuatoriano.

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