Literatura

Literatura en Ecuador en Ecuador

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Literatura Ecuatoriana

Nota: Véase también información acerca de la lengua ecuatoriana.

Época colonial
En la colonia y hasta el modernismo, Ecuador sigue las tendencias literarias de la metrópoli. Son pocas las figuras de relieve anteriores al s. XVIII. Fray Gaspar de Villarroel (1587-1590?-1665) es el máximo exponente del periodo. Su Gobierno eclesiástico pacífico y unión de los dos cuchillos, pontificio y regio, las Historias eclesiásticas y morales… o sus Sermones, muestran cómo abarcó todos los asuntos de la época en una prosa sencilla, imaginativa y llena de anécdotas, que le ha valido el título del mejor prosista de la colonia.

Cueva da las características esenciales de la literatura colonial desde mediados del s. XVII a mediados del XVIII: a) olvido de la realidad americana; b) culteranismo exacerbado; c) erudición y engolamiento de la oratoria sagrada; d) poesía compuesta expresamente para participar en todo acto. No aparece en este periodo la novela ni prospera el teatro, que no ha tenido desarrollo en Ecuador. Jacinto de Evia (n. 1520), el más destacado poeta del barroco, muestra profundas huellas gongorinas en Ramillete de varias flores poéticas… (1675). En el s. XVIII se continúan moldes conceptistas y culteranistas; los oradores sagrados degeneran en alambicamientos propios de Fray Gerundio de Campazas, del padre Francisco José de Isla.

Con la llegada de los científicos Bouguer, Godin y Charles-Marie de La Condamine aparece el influjo francés. El enciclopedismo, la erudición y la crítica son nuevos cauces favorecidos por la aparición de la imprenta en 1775. Los jesuitas constituyen la base de la vida intelectual de la colonia. Jesuita es Juan Bautista Aguirre (1725-1786); escribe Poema heroico sobre las acciones y vida de san Ignacio y un poema burlesco a Quito. El reciente descubrimiento de sus Versos castellanos. Obras juveniles. Miscelánea, lo acreditan como excelente poeta culterano sin llegar a la excentricidad.

Otro jesuita, Juan de Velasco (1727-1792) es un buen narrador y el iniciador de la historia patria con la Historia del reyno de Quito, obra escrita en el destierro, llena de fantasía, leyenda y nostalgia. También recopila, en Colección de varias poesías, hechas por un ocioso en la ciudad de Faenza, versos de gran número de jesuitas expulsos, junto con algunas creaciones suyas; la colección sirve para seguir al gusto poético del momento, pero carece de gran valor literario.

Literatura de los próceres
Entre finales del s. XVIII y principios del XIX se incuba la independencia, y la literatura acusa cambios radicales: si la anterior había sido primordialmente religiosa, ahora es eminentemente política; de los autores eclesiásticos se pasa a los escritores laicos. El prosista más representativo de este momento es Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, y la más alta cima de la poesía patriótica, José Joaquín Olmedo.

Los años que van desde la fundación de la República, en 1830, hasta 1860 son de penuria literaria, pero hay que exceptuar la actividad periodística y el resurgimiento que, con Pedro Fermín Cevallos (1812-1893), alcanza la Historia. Ministro del Gobierno, profesor de universidad, Cevallos escribe en su juventud artículos costumbristas influido por Mariano José de Larra. Sus Biografías de Ecuatorianos Ilustres muestran habilidad retratista y juicio certero; el Resumen de la Historia del Ecuador, que comprende hasta 1845, es una de las grandes obras históricas ecuatorianas, narrada sobriamente y sin olvidar lo pintoresco.

Romanticismo
Esta corriente literaria es ya presentida por el temperamento romántico de Dolores Veintemilla (1829-1857), poetisa de hondo acento y sinceridad de sentimientos, que acaba suicidándose y quema sus poesías, aunque algunas de ellas perviven: La noche y mi dolor, Sufrimientos, Quejas, con títulos que atestiguan su temática.

En el romanticismo aparecen dos figuras insignes: Juan Montalvo y Juan León Mera. Julio Zaldumbide (1833-1887), de familia distinguida y temperamento solitario, es autor del folleto El Congreso, don Gabriel García Moreno, y la República, en el que enjuicia la administración de este presidente literato. Pinta la naturaleza y la insatisfacción humana, pero huye de la altisonancia romántica (rechaza a José Zorrilla). La serenidad de sus versos y la armonía de ideas lo acercan más al clasicismo.

Numa Pompilio Llona (1832-1907) trata de descifrar enigmas filosóficos y se tortura con cuestiones religiosas y morales; es el iniciador en Ecuador de las tendencias parnasianas. Su Odisea del alma le ha dado gran celebridad. Poetas de transición son Remigio Crespo Toral y César Borja (1852-1910), precursor del modernismo. En este periodo destaca el historiador Federico González Suárez.

Modernismo
Se produce por reacción contra la nueva sociedad burguesa y liberal, que sube al poder con la revolución de 1895, y contra el romanticismo. La generación de 1910 está formada por poetas de la aristocracia criolla, que utilizan la poesía como vehículo de su disconformidad contra el ambiente y que están más influidos por el simbolismo francés que por Rubén Darío. Componen esta generación «decapitada»: Arturo Borja (1892-1912), autor de La flauta de ónix; Ernesto Novoa Caamaño (1889-1912), que escribe La romanza de las horas; Humberto Fierro (1890-1929), con obras como El laúd en el valle y Velada palatina.

Renuevan formas y temas de la poesía ecuatoriana, cultivan la musicalidad en sus versos y crean un mundo sensorial que les sirve de torre de marfil en la que rinde culto a Paul Verlaine, A. Samain, Julio Laforgue, etc. Modernista es Medardo Ángel Silva (1898-1919), distinto de los anteriores por su origen humilde, reflejado en su obra, en la que manifiesta amor a su pueblo; El árbol del bien y del mal recoge lo mejor de su producción. Al grupo de los «decapitados» está unido Gonzalo Zaldumbide.

Edad de oro
La literatura ecuatoriana, al preocuparse por lo social, alcanza resonancias universales; recoge entonces la influencia del peruano José Carlos Mariátegui (1895-1930), de José Martí, Manuel González Prada, Oswald Spengler, Karl Marx, Sigmund Freud, Waldo Frank (1889-1967), Máxim Gorki, Nikolái Gógol y Fiódor Dostoyevski, principalmente.

«El feudalismo, el gamonalismo, el problema del indio en la Sierra y del montuvio en la Costa; la lucha entre la ciudad y el campo; la tragedia del cholo; el mundo explotado en el suelo y en el subsuelo; el imperialismo, el mitin político y la huelga; el cuartelazo y la especulación; la miseria del suburbio y los intereses en juego en la apuesta política de las oligarquías; el panorama de un país semicolonial productor de materias primas y dependiente en forma casi exclusiva del sistema solar norteamericano: he aquí los temas» afirma con razón A. F. Rojas; habría que añadir un fuerte componente sexual y un lenguaje autóctono, con lo que la obra se convierte en documento.

Hay precedentes de este realismo socialista, por ejemplo, en A la costa, de Luis A. Martínez. Fernando Chaves (n. 1902), autor de La embrujada, crea la narración indigenista con Plata y bronce, pero no sabe desligarse de una fácil sensibilidad romántica. Pablo Palacio (1906-1947) en los cuentos Un hombre muerto a puntapiés exhibe un humorismo amargo. Con la novela Débora entra en el relato de gran penetración subjetiva, vertida en magnífica prosa.

La aparición de Los que se van (1930) marca un hito trascendental; obra cruda, ha sido considerada la epopeya del trópico. Llena de humanidad y vitalidad, pinta la miseria del montuvio (el campesino de la Costa), su sensualidad y violencia, con un lenguaje brutal lleno de expresividad. Sus autores son: Joaquín Gallegos Lara (1911-1947), Enrique Gil Gilbert (n. 1912) y Demetrio Aguilera Malta (n. 1909). La obra suscita oleadas de escándalo, pero triunfa plenamente fuera del Ecuador.

Gallegos Lara, lamentablemente, sólo ha dejado una novela, Las cruces sobre el agua, en la que presenta magistralmente situaciones y personajes y da pruebas del escritor de talla que había llegado a ser. Gil Gilbert es en un principio fiel al relato corto (Yunga, Emmanuel) y desemboca en una novela capital, Nuestro pan, en la que narra el dolor de los arroceros. Su extraordinario sentido del paisaje es de una grandeza lírica pocas veces alcanzada. Aguilera Malta es posiblemente el más dramático de los tres y el que mejor caracteriza a sus personajes (Don Goyo; La isla virgen).

Forma parte de este grupo de Guayaquil José de la Cuadra (1903-1941), quizás el mejor cuentista ecuatoriano; escribe: El amor que dormía, Horno, Los sangurimas, Guásinton. Pertenece a este mismo grupo Alfredo Pareja Díez-Canseco (n. 1908); es el más fecundo de todos ellos y el que tiene una obra más heterogénea e intelectualizada. Ha escrito excelentes novelas de una técnica depurada: El muelle, Hombres sin tiempo, Las tres ratas, Baldomera y Don Balón de Baba, especie de Quijote criollo.

El principal novelista de la Sierra es Jorge Icaza. Adalberto Ortiz (n. 1914), con Yugungo, dedica su atención a la población negra con lenguaje musical. El más grande poeta del siglo XX ecuatoriano es Jorge Carrera Andrade; con él podrían citarse Gonzalo Escudero (n. 1903), que empieza cantando fuerzas cósmicas y acaba en preocupaciones ontológicas (Hélices del huracán y del sol, Estatua de aire, Materia de ángel); César Dávila Andrade (1918-1967), obsesionado por el destino del hombre y el espacio (Espacio me has vencido, Boletín y elegía de las mitas); canta la lucha del indio contra el conquistador; Jorge Enrique Adoum Auad (n. 1927), muestra la corriente nerudiana en Los cuadernos de la tierra, que recrea la epopeya del pueblo ecuatoriano.

La etapa entre 1950 y 1960 no supera la anterior, aunque hay autores de indudable mérito. Algunos géneros, como el indigenista, se convierten en simple tópico. Un hecho ha sido significativo: la rebelde clase media de los años 30 alcanza el poder y deja morir sus ideales revolucionarios y, con ellos, el motor que impulsaba esta magnífica literatura. En los años 60 aparece el movimiento llamado Tzántzico, grupo revolucionario que obtiene triunfos en las universidades y entre el pueblo, pero es perseguido por los organismos oficiales.

Autor: Cambó

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