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Cultura en Ecuador en Ecuador

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El analfabetismo en Ecuador

Para el análisis de los índices de analfabetismo de la población se utilizan los datos provenientes de los censos de población, estadísticas del ministerio del ramo y datos de encuestas específicas sobre la educación.
El nivel del analfabetismo ha descendido de forma apreciable en las últimas décadas, cambiando del 14,8 por ciento en 1982 al 8,4 por ciento en la actualidad. La intensidad del descenso ha sido superior al 30 por ciento en los períodos 1974-1981 y 1982-1989, para reducirse considerablemente a sólo el 1,6 por ciento cada año durante el período 1990-2001, hasta llegar en ese año al nivel de 8 analfabetos por cada 100 habitantes. En el cuadro se muestra la evolución censal del analfabetismo en el último cuarto del siglo XX.

Las diferencias del analfabetismo, de acuerdo con el sexo de la población, muestran históricamente niveles más altos en la población femenina. La menor diferencia se presenta en el último censo de población, en el cual las mujeres alcanzan el 9,5 por ciento; es decir, un 2,2 por ciento más que la masculina (7,3 %). Sin embargo, hay que tener en cuenta que el descenso ocurrido en el período de análisis es más significativo en el grupo de mujeres, cambiando el nivel de las tasas del 17,4 al 9,5 por ciento (es decir, siete puntos porcentuales), mientras con la misma relación los varones modifican el nivel en solamente 4,8 puntos porcentuales.

Cuando se circunscriben los análisis a las áreas urbanas y rurales, observamos que en el área urbana la tasa de analfabetismo de 1982, que era de un 5,7 %, se ha modificado levemente en 2001 (5,2 %) debido a que el nivel es bajo y las mermas en estos casos son más difíciles de conseguir. Sin embargo, en las zonas rurales la modificación es apreciable, pues ha pasado de un 24,3 por ciento en 1982, a un 13,7 por ciento en 2001.

A pesar de los cambios observados, la tasa rural es 2,6 veces mayor que la tasa urbana, la cual ha tenido un leve crecimiento respecto de la observada en el censo de 1990.

Estudios específicos advierten grandes disparidades por grupos; así, el Sistema Integrado de Indicadores Sociales (SIISE) considera que entre los ecuatorianos pobres el analfabetismo es dos veces el promedio nacional (17 % y 8 %, respectivamente). La mayor inequidad se produce en la población indígena, el 31 por ciento de la cual es analfabeta.

El análisis por grandes grupos de edad demuestra una relación directa, o sea que a medida que aumenta la edad se incrementa también la proporción de analfabetos. Con excepción del grupo de 10 a 14 años, todos los demás grupos reducen sus niveles si se comparan los valores de 1990 respecto del 2001. En este año, por encima de la media nacional (8,4 %), se encuentran los grupos de personas mayores de 50 años de sexo masculino, mientras este fenómeno se produce diez años antes (40-44 años) en el caso de las mujeres.

Programas de alfabetización

Históricamente, el Estado ha realizado varios esfuerzos de alfabetización, incluso en idiomas indígenas. Entre 1988 y 1989, una campaña de alfabetización que movilizó a 67.000 estudiantes tuvo cerca de 200.000 beneficiarios, y culminó con éxito a nivel nacional. Sin embargo, el componente de alfabetización bilingüe no alcanzó sino resultados limitados.

Por otra parte, dados los indicadores de analfabetismo de la mujer, es clara la necesidad de instaurar acciones destinadas a este estrato. Pese a ello, no se ha insistido en este aspecto; por ejemplo, en 1992 el gobierno suscribió un contrato con el Banco Mundial para educación básica de adultos y capacitación laboral que dio unos resultados restringidos. Esto demuestra que si se pretende bajar la tasa de analfabetismo en el país se requiere emprender acciones combinadas que tengan como referente la mujer y que, por otra parte, permitan asegurar la permanencia de los niños en la escuela primaria hasta garantizar el dominio de la lectoescritura, además de proceder a intervenciones puntuales con niños desertores del sistema escolar y con jóvenes excluidos del mismo.
La importancia de reducir las tasas de analfabetismo radica en la necesidad de alcanzar niveles más altos de bienestar social; se ha demostrado, por ejemplo, que el analfabetismo femenino se relaciona con el bienestar y la supervivencia de los hijos. Por otro lado, a menos que mejoren los indicadores básicos de educación difícilmente se podrán generar alternativas que permitan salir del círculo de la pobreza a los sectores marginados.

Fuente: Enciclopedia del Ecuador

El aprendizaje de las artes en el Ecuador colonial

En el actual Ecuador, el arte colonial, en sus diversas manifestaciones, apareció condicionado por las concretas circunstancias históricas. La ausencia de mano de obra calificada, por ejemplo, determinó necesariamente readecuaciones a los originales planteos hispánicos, y sus resultados dependieron, en este caso, de la pericia alcanzada por el artista americano. Así, en Quito, en orden a suplir la falta de operarios calificados, los franciscanos, bajo la dirección de los frailes Jodoco Ricke y Pedro Gosseal, fundaron en el convento de San Francisco de Quito, al poco tiempo del establecimiento de dicha orden en estas tierras (1535), una escuela de artes y oficios -el futuro Colegio de San Andrés- que se convirtió en un importante centro de aprendizaje de los indígenas. Posteriormente, éstos y los mestizos constituyeron grupos sociales que fueron ejes fundamentales de las actividades artísticas coloniales.

Por lo tanto, los artistas españoles pudieron contar poco a poco con mano de obra especializada, cuya habilidad, reiterativamente exaltada ya en la época por los mismos conquistadores, determinó que tiempo después se contratara a estos operarios calificados como «oficiales» o «maestros» de arte. Aunque, por cierto, no toda la destreza desplegada por los indígenas fue producto de la acción hispanizadora. La tradición prehispánica, relacionada con el conocimiento de ciertos oficios, tuvo mucho que ver con aquélla: en el Tahuantinsuyo los carpinteros, los tejedores y los alfareros fueron grupos especializados con enorme prestigio social.

Pero la enseñanza en las escuelas de artes y oficios no fue el único medio de transmisión de conocimientos artísticos. La presencia inicial, aunque limitada, de maestros europeos y principalmente españoles, y la llegada de tratados y grabados extranjeros fueron en Quito, al igual que en otros lugares de América, dos de las vías más importantes de propagación de las artes coloniales. Así mismo, los gremios o talleres, que se institucionalizaron rápidamente en la ciudad, obraron decisivamente en parecido sentido. Allí acudían aprendices artesanos a formarse en los distintos oficios manuales, bajo la supervisión de un oficial o maestro experto. Los talleres se organizaron a semejanza de cuerpos colegiados con el propósito de que sus miembros actuaran, si así lo exigían las circunstancias, en defensa de sus específicos intereses corporativos.

Ahora bien, el trabajo colectivo que en ellos se realizaba era una actividad ritualizada y con una enorme cuota de religiosidad. Cada uno obraba bajo la protección de un santo patrono y tenía instituida una cofradía de oficio en su honor. Las cofradías fueron congregaciones o hermandades destinadas a promover las obras de caridad y el culto a ciertas devociones, y de hecho no sólo colaboraron con la actividad apostólica propia de la Iglesia colonial, sino que sirvieron para impulsar eficazmente el arte religioso. Así pues, gremios y cofradías alentaron a escultores y pintores a ejecutar imágenes, lienzos o retablos para los altares dedicados al santo cofradial, que se hicieron en las diferentes iglesias o monasterios de la ciudad en donde se formaron las cofradías. Precisamente la relación entre gremios, Iglesia y cofradías sirve para mostrar la conexión entre los innumerables hilos de la vida cultural, religiosa y artística de la sociedad en la época colonial.

Fuente: Enciclopedia del Ecuador

Los gremios en la Colonia

El ordenamiento jerárquico contemplaba los siguientes niveles: aprendiz, oficial, maestro, maestro mayor, diputado, mayordomo y veedor. Los ascensos de categoría estaban sujetos a una serie de pruebas, experiencias, tiempo, habilidades, personalidad, vocación y mística religiosa. […] Los candidatos o aspirantes ingresaban a muy temprana edad a los talleres en calidad de aprendices. […] Transcurrido el tiempo necesario, que dependía del oficio (por ejemplo, al menos tres años para herrero, cuatro para pintor, seis para platero y orfebre), se sometían a un examen de conocimientos teórico-prácticos para ascender a la categoría de oficiales. […] Una vez seguros de sus conocimientos y responsabilidades, presentaban al cabildo la solicitud para rendir su examen de ascenso a maestros, entre cuyas pruebas se hallaba la elaboración de una o más obras de público reconocimiento artístico. El jurado, convocado por el veedor del gremio, estaba compuesto por dos maestros y un maestro mayor. El grado se llevaba a cabo ya en la residencia del veedor, ya en la del alcalde mayor, ya en la sede del cabildo. El no aprobar significaba una grave frustración para los candidatos aunque tenían dos oportunidades más para intentar; su aprobación, en cambio, les otorgaba el título oficial de maestro, la licencia para abrir una tienda pública y la posibilidad de disponer de oficiales y de aprendices.

Fuente: Holguer Jara Chávez, «El sistema gremial en la Colonia», Museo Nacional del Banco Central del Ecuador. Catálogo de la Sala de Arte Colonial.

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